Por Andrés L. Mateo
Privando en “tíguere”, e instalándose como un pachá en la degradada atmósfera de la sociedad dominicana, el merenguero Sergio Vargas nos restregó su ética: “Todo el que pueda buscarse sus cuartos en esta sociedad, que los busque (… ).
El fin justifica los medios”- exclamó. Pocas gentes dan en público un portazo tan rotundo a los valores, y se reconocen en la conciencia del culpable y en la del desdichado; porque no es más que un desdichado quien recomienda la ausencia de virtud en la búsqueda del triunfo, y porque desde Aristóteles, para la ética, no toda forma de triunfar vale.
En estos días está circulando un pequeño libro del reconocido filósofo español Fernando Savater, titulado “Invitación a la ética”, y copiaré su breve y sustancial definición: “Llamo ética a la convicción revolucionaria y a la vez tradicionalmente humana de que no todo vale por igual, de que hay razones para preferir un tipo de actuación a otros, de que esas razones surgen precisamente de un núcleo no trascendente sino inmanente al hombre y situado más allá del ámbito que la pura razón cubre”.
Exactamente todo lo contrario de lo que el arrogante merenguero recomienda se haga en la sociedad dominicana, porque puede que exista una enorme disparidad de criterios respecto de la razón moral, pero eso que Savater dice que “está situado más allá del ámbito que la pura razón cubre” se llama valores, y a una sociedad le es imposible vivir sin valores.
Los valores conforman la expresión concentrada de las relaciones sociales, y actúan como normas, como cemento invisible, de la actividad práctico social de los hombres y las mujeres a lo largo de la historia. Cuando la escala de valores se sume en una elasticidad tan permisiva e inmoral como la que proclamó el merenguero Sergio Vargas se prostituye el orden de las relaciones sociales.
La corrupción, por ejemplo, es un antivalor. Está opuesta a la honradez, a la honestidad, a la responsabilidad, a la solidaridad, etc. Por lo tanto, no debería valer por igual ser corrupto a ser honesto, solidario, honrado.
Los valores son también un reconocimiento del otro, nos empujan a la convicción revolucionaria de que nos habla Fernando Savater cuando establece que en la interactuación social “no todo vale por igual”, y de que “hay razones para preferir un tipo de actuación a otros”.
La corrupción no es algo natural, no define la condición genética del dominicano, no está cifrada en la biología particular del ser nacional, no tiene nada que ver con ser blanco, negro o mulato.
La corrupción es una práctica, un modo de “hacer” de quienes nos han dirigido. Pero como se ha reiterado una y otra vez históricamente hablando, y se legitima en la impunidad; fenomenológicamente se describe como algo “natural” y “propio del dominicano”.
Quienes asumen como naturales las prácticas repetidas de abandono de la escala de valores degradan la convivencia civilizada.
Yo no aspiro a que las ínfulas y el engreimiento del cantante de merengue comprendan esta zozobra abstracta de luchar por valores, sobre todo porque él sabe muy bien cómo se corta el bacalao en la República Dominicana; aunque espero que sus recomendaciones no influyan en quienes pudieran admirarlo como artista.
La corrupción se ha ganado su propio derecho a estar presente en la subvertida forma de razonar la práctica política en nuestro país, y son pocos los “líderes” que se han sustraído del embrujo de la concepción patrimonial del Estado.
Casi todos los filósofos que han tratado el problema de la ética dicen que los valores brotan del querer. Porque el ser humano es una creación social inacabada, y no es lo que debería ser, sino lo que es.
El propio Fernando Savater explica, en el libro que ya hemos citado, que “partir del querer del hombre significa que éste no está dado de una vez por todas, no se configura como una naturaleza definida desde la necesidad de modo plenamente acabado, sino como un hacer que se abre a lo posible desde la libertad en cada decisión”.
Por eso, cualquier discurso ético no puede presentar una descripción exterior de la conducta humana, sino que debe proponer un ideal.
Pero un ideal enteramente realizable, no un sueño impotente que anhela lo imposible. Nuestro querer es vivir en una sociedad empinada sobre un régimen de consecuencias. Y eso es posible. Como derrotar la ética del merenguero, también es posible.