Los zombies están de moda, lo cual no implica que tengan que gustarme las películas que sobre ellos se hacen, a menos que las hagan en tono de parodia. Tampoco implica que los zombies nos preocupen como tales.
Mucho más nos preocupan los prototipos locales: los “zombicorruptos”, que nos dominan durante casi toda nuestra vida como país; los “zombimpunes”, que son consecuencia de los primeros; los “zombintolerantes”, que tienen por credo la idea de que ellos y sólo ellos tienen la razón en lo que sea y todos los demás son pura basura, como se ha demostrado, de nuevo y de manera fehaciente y más que patente, con el simple anuncio de un embajador de USA que es “gay”.
Y, ya sobre la película, que tampoco nos preocupa, nos parece que tanto su director (como el del otro estreno de esta semana, David Barrett, realizador de “Fire with Fire”) no tiene la menor idea de en qué consiste lo que en el lenguaje cinematográfico se denomina elipsis, algo que se usa para crear el “tempo” cinematográfico, algo que posee suma importancia y que en “World War Z”, luego de una secuencia inicial de tremenda fuerza dramática, pierde todo su significado: la familia Lane sale en la mañana a llevar a los niños al colegio, se forma tremendo lío y, al rato, ya es de noche; desde la mañana les dicen que les van a recoger en un helicóptero en la madrugada del día siguiente, llegan al edificio de apartamentos, conversan tres boberías con los que allí residen y, ¡zas!, ya es de madrugada.
Y, si eso no nos parece buen cine, lo del guión nos parece peor: sale un grupo a “salvar el mundo”, y por do quiera pasan se meten en otro problema con los feos, o sea, los zombies y, aunque vayan renombrados científicos y oficiales y soldados maravillosos, quien soluciona todos los líos esÖ¿quién?; Gerry Lane, o sea, Brad Pitt.